domingo, 13 de marzo de 2011

Enseñanzas políticas de la caída del Muro de Berlín

por Miguens, José Enrique

 

Después de que se celebró en todo el mundo el 20 aniversario de la caída del Muro de Berlín, el autor analiza cómo se instalan y cómo se derrumban las barreras que encierran y aíslan.

Es un curioso hecho difícil de negar que los gobiernos totalitarios y muy especialmente los adeptos al marxismo imponen trabas y barreras a sus pueblos para impedirles salir y recibir información adecuada del exterior.

El opresivo Muro de Berlín es solamente un símbolo material de esta curiosa tendencia política, aunque llevada al absurdo por varias razones: por haberse erigido dentro de una ciudad, por tratarse de un régimen que se titulaba a sí mismo República Democrática, porque estaba en el centro de Europa, a la vista de todo el mundo, y porque quedaron debidamente registradas 600 personas que consiguieron atravesarlo y otras 239 que murieron en el intento.

De su importancia política habla el nombre oficial: "Muralla de protección antifascista". Evidentemente el eufemismo marcó el fracaso. Pero la misma situación de clausura aunque sin tantos eufemismos imperó corrientemente en la Unión Soviética, en las dictaduras del ex bloque socialista y continúa en Cuba.

Me permito entonces, para simplificar el asunto, englobar con el concepto de 'muros' o 'barreras' a todas estas tentativas de establecer aislamientos y cortes de las poblaciones hacia su exterior y entre ellas en el interior. Debemos preguntarnos: ¿a qué se deben las inclinaciones de ciertos regímenes a instituir muros o barreras contra su propia gente? ¿Qué es lo que los hizo caer? Las respuestas son importantes en tanto la primera nos permite conocer bien las razones y las variedades de este peligroso modo político de oclusión, para poder prevenirlo; y la segunda, orientarnos y ayudarnos a encontrar vías de acción positivas y factibles para salir de esta angustiosa situación.

Impulsa nuestra indagación la curiosa circunstancia que subrayó hace unos años una politóloga norteamericana: el acontecimiento de la caída del Muro de Berlín y de sus causas ha sido "undertheorized", es decir, ha merecido menos atención teórica de la que merece, lo que equivale a decir que su originalidad no ha sido adecuadamente tomada en cuenta por los científicos  occidentales. A esto agregaría que los movimientos populares en el bloque soviético que dieron origen a la caída del Muro fueron deformados por las cadenas periodísticas internacionales, que nos han querido hacer creer que estos levantamientos pretendían alcanzar el consumismo y volver al liberalismo. Esta banalización de los acontecimientos ha conseguido que la cuestión haya sido prácticamente abandonada.

Es hora, entonces, de pensar seriamente por qué se imponen estos muros y barreras entre la gente y cómo se los puede combatir.

 

La imposición de muros

 

La más importante influencia filosófica sobre esta política de oclusión fue el llamado "modernismo político", nacido en la Edad Moderna como una patología de ésta. La Edad Moderna y el Renacimiento comenzaron con el derrumbe del Imperio Romano de Oriente, caída Constantinopla en manos de los turcos, el 29 de marzo de 1453. Esto provocó la emigración en masa de intelectuales bizantinos a Italia, la cual ya había comenzado con el Concilio de Ferrara-Florencia, que duró siete años, y contó con la concurrencia de la flor y nata del pensamiento bizantino, muchos de los cuales después se quedaron.

En política no aportaron el retorno a la cultura griega clásica, que era básicamente democrática, sino la cultura helenística propia de los dos Imperios, el Macedónico y el Romano, que era autoritaria, elitista, con neta separación entre ocupantes y pueblos dominados, y nada democrática.

Desde el Renacimiento, propulsada por el naciente capitalismo que quería librarse de la tutela moral de la Iglesia, se produjo una radical inversión de lo que significa la política, que dura hasta la actualidad.

De ciencia moral ordenada hacia lo bueno para la sociedad y las personas se convierte en el arte de manipularlas y dominarlas, en un arte mágico dirigido a adquirir poder. Las figuras paradigmáticas son Maquiavelo con El Príncipe y Giordano Bruno con De vinculis in genere, que es la guía de todas las técnicas modernas de manipulación psicológica.

Se opone a este humanismo mágico el llamado "humanismo religioso" encabezado por el libro de Erasmo Institución del príncipe cristiano (que le encargó el rey Fernando el Católico) y por los tratadistas políticos del Siglo de Oro español, pero que son arrasados por el Modernismo político en la cultura occidental. ¿Quién lee hoy a Juan de Mariana o a fray Alonso de Castrillo?

Esta orientación política manipuladora, fundada en el desprecio al pueblo común, continúa en las dos ramas del Modernismo: la Iluminista (liberal) y la Romántica (socialismos nacionalistas e internacionalistas), implicando la tiranía de los "iluminados", de los "santos" o de los "revolucionarios", sobre un pueblo que denigran como oscurantista, supersticioso, irracional, confundido o engañado, lo que los ubica como inferiores y los convierte en objeto maleable para los poderosos. En esa línea Kant sostenía que los hombres del pueblo eran como cerdos encenagados en su lodazal a los que sólo correspondía obedecer. Varios autores iluministas comentados por Isaiah Berlin sostenían que hay que educarlos como a los animales domésticos para que obedezcan a sus superiores. Y encerrarlos para conseguirlo.

El Romanticismo llevado a la práctica por los jacobinos franceses culmina intelectualmente con Hegel, que calificaba a los que se oponían a su Estado como "ateos del orden moral". Cualquier inconformismo representa una conciencia escindida de la sustancia moral. En lo social serán entonces considerados como escisión de la sustancia, como ruptura de la unidad sagrada: la libertad de expresión y de crítica, la libertad de acceso e intercambio de información, la libertad de ser uno mismo y los derechos de las minorías y de los opositores, el derecho a disentir y el derecho a no ser manipulado, vejado o coercionado en las propias convicciones.

Lo siguen Karl Marx, que calificaba a los trabajadores que no pensaban como él de Lumpen proletariat –en alemán, basura, porquería, bribón o canalla– y Fidel Castro, que califica a sus opositores de "gusanos", retomando un término de los nazis germanos.

A estos sub-hombres hay que perseguirlos, encarcelarlos e impedirles emigrar, con la mejor de las conciencias, para que puedan ser educados, por su bien y el del régimen.

 

La caída de los muros

 

El derrumbe de las barreras de encierro de la gente en el bloque socialista, que culminó simbólicamente con la demolición del Muro de Berlín, tiene muchas causas, pero buena parte corresponde a la reacción de los pueblos sometidos.

Simplificando, podemos decir que los levantamientos, facilitados por los cambios en la Unión  Soviética, se iniciaron en los países más avanzados del bloque, como Polonia y Checoeslovaquia. Fueron promovidos por el hartazgo de los pueblos de las consignas rígidas, las respuestas estúpidas del Partido para justificar medidas sin sentido de los agentes políticos y la mediocridad e ineficacia de los aparatos burocráticos. El objetivo era recuperar la dignidad, el reconocimiento y la participación en las decisiones. Tal es el caso de las motivaciones en Polonia, además del resurgimiento católico incentivado por la visita del Papa polaco, según me confirmó Adam Michnik, el intelectual del movimiento Solidaridad, agente del cambio.

En el caso de Checoslovaquia, estas mismas líneas de fuerza fueron anticipadas visionariamente por quien sería luego el primer presidente democráticamente elegido, Václav Havel. En una  correspondencia clandestina de 1986 desde su prisión, comentando la derrota del primero de estos movimientos populares –"la Primavera de Praga" de 1968–, afirma: "Lo veo como la culminación de un largo proceso en el cual la sociedad gradualmente se percató de sí misma y se liberó a sí misma, no lo veo como el enfrentamiento de dos aparatos políticos con la victoria temporaria de uno más

liberal que el otro. La presión creciente de este nuevo despertar social encontrará expresión, tarde o temprano, en la esfera política".

Este proceso de auto movilización de las sociedades oprimidas, nos permite atisbar un posible camino de salida.

 

Vías de salida de las barreras de la opresión

 

Desde la aparición del clásico tratado La personalidad autoritaria, dirigido por Horkheimer y Adorno, la opresiva situación que provocó el modernismo político dio origen a una catarata de estudios psicosociales, sociológicos y políticos sobre asuntos como la opresión, la violencia de todo tipo y los sistemas de dominación y de exclusión social.

Como correctivos, fueron apareciendo las filosofías del reconocimiento: la de Charles Taylor, el "Ser para otro" de Buber y Levinas, la acción comunicativa de Habermas y Apel, el "cuidado" (care) de las politólogas feministas norteamericanas (una de ellas hoy Presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales), la reivindicación del subjetivismo de la sociedad por el papa Juan Pablo II, que abrió el camino a la sociedad activa, junto con el denominado "comunitarismo" iniciado por Amitai Etzioni.

Caracteriza este despertar intelectual una frase de Habermas que se refiere específicamente a nuestro tema: "La sociedad actual está amenazada por la escisión de los seres humanos en dos clases, los ingenieros sociales y los reclusos de instituciones cerradas" –por estas los sociólogos entendemos a las cárceles, los asilos y los manicomios–. Por un lado, los que pretenden construir a las sociedades según su razón; por el otro, los que tienen enclaustrados mediante separaciones, trincheras, exclusiones, barreras y encierros. La liberación viene del darse cuenta de los oprimidos de sus posibilidades de ser miembros activos de la sociedad política, con capacidad de influencia en las decisiones, saliendo de la pasividad, mezcla de resignación y de impotencia. Pero nadie puede hacerlo solo, necesita apoyarse en grupos para defenderse, necesita unirse con las otras personas que participan de la misma aspiración de no dejarse dominar, recuperar la dignidad y defender los mismos valores.

Para ello tenemos que dejar de lado nuestra tradicional actitud política de espectadores y críticos, e incluirnos en alguna realidad concreta de acción. Fue Jaime Balmes quien nos enseñó a los intelectuales que "toda idea que quiera obrar en la sociedad no se contenta con dirigirse a los intelectos, debe encarnarse en la realidad descendiendo al terreno de la práctica, pidiendo a la materia sus formas". La política es ciencia práctica, no teórica. Obremos en consecuencia.

Debemos ir captando en nuestra propia realidad los síntomas positivos de recuperación de la sociedad, que están apareciendo. Lo estamos viendo en la proliferación de organizaciones no gubernamentales, hoy denominadas organizaciones de la sociedad civil; en el ofrecimiento voluntario de 14 mil personas para ser presidentes de mesa en la última elección argentina, cuando en la elección anterior huían los designados; el ofrecimiento de 22 mil personas que se capacitaron para ser fiscales y las 7.300.000 personas que hacen trabajos voluntarios para ayudar a los demás. Alentemos y estimulemos entonces este proceso social de recuperación en todo lugar onde ocurra

 

Leonard Quintero

http://www.revistacriterio.com.ar/sociedad/ensenanzas-politicas-de-la-caida-del-muro-de-berlin/

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